"Todos decidimos y somos responsables de la vida que decidimos vivir eres un cocreador de realidades si construyes unas bases sólidas de amor y valoración personal, estaras atrayendo para ti una vida llena de merecimiento, respeto y paz en tu corazón para lograr una vida más plena" "El mundo esta en las manos de aquellos que tienen el valor de soñar y que se atreven a correr el riesgo"
viernes, 27 de septiembre de 2013
LA CULPA
El sentimiento de culpa No nos castiguemos
En nuestra vida experimentamos multitud de situaciones que nos despiertan sentimientos y emociones. Unos son de alegría y regocijo, y estimulan la risa e incluso el llanto de emoción. Otros son de tristeza y dolor, y nos llevan al silencio y al desconsuelo. Esto último sucede con el sentimiento de culpa. Cuando aparece, si no se sabe manejar correctamente, puede conducirnos al bloqueo y al encierro en nosotros mismos. Ser consciente de ello nos ayudará a superarlo y a encauzar el juicio sobre nuestra persona sin convertir la culpa en castigo.
¿Por qué la culpa es tan fuerte?
La culpa está conectada con el instinto de muerte y con la autodestrucción. Mal asumida, arrastra a la persona a la pasividad, dejándola en una situación de indefensión y a merced de que alguien o algo externo le libere de ella. Esa persona, ideología o creencia alcanza tal poder que impedirá ejercer la propia responsabilidad.
El sentimiento de culpa nos influye tanto porque tenemos miedo a ser abandonados y nos dificulta el responsabilizarnos de nuestra propia vida. Se teme al abandono pues la necesidad de ser amados y aceptados es una aspiración innata en todos nosotros, y cuando la culpa se interioriza contra nosotros mismos, dejamos de creer en nuestra valía personal y nos juzgamos no merecedores del amor. Como consecuencia, intentamos ser como creemos que las otras personas quieren que seamos, y así evitar que nos abandonen. Pero sucede que nuestra verdadera forma de ser termina manifestándose, y el miedo al abandono se incrementa. Surge entonces la agresividad hacia uno mismo a través del autorreproche y la crítica constante, con el propósito de redimirse y ser capaz de ser dueño de la propia vida. Pero sólo se consigue interiorizar cada vez más la desvaloración personal, y la redención nunca llega, pues buscamos que alguien nos libere. Y no es posible, ya que es la culpa la que nos impide ser libres, no los otros.
¿Cómo sabemos que la culpa nos amenaza?
Señales físicas (presión en el pecho, dolor de estómago, de cabeza, de espalda), señales emocionales (nerviosismo, desasosiego, agresividad, irascibilidad) y señales mentales (pensamientos de autoacusaciones y autorreproches) nos alertan de que la culpa está siendo mal administrada.
Es más probable que sea así cuando mantenemos un sistema de pensamiento polarizado (pensamos que las cosas son blancas o negras, buenas o malas, y no admitimos el término medio); negativo (tan sólo tenemos en cuenta los detalles negativos y además los magnificamos, sin atender a los aspectos positivos); rígido (nos basamos en un sistema de normas estricto donde el deber prevalece en todas nuestras acciones), sobredimensionado (abandonamos la responsabilidad de nuestra vida y pasamos a responsabilizarnos de las vidas de los demás y de cuanto ocurre a nuestro alrededor) o perfeccionista (el nivel de exigencia lo colocamos en la perfección y ésta en todos los actos que llevemos a cabo).
Como todo sentimiento, la culpa está precedida y es consecuencia de la escala de valores con que nos regimos en la vida. Si se produce un desencuentro entre nuestro ideal de cómo ha de ser nuestro comportamiento y la realidad vivida, causará dolorosos conflictos personales que desembocarán en la generación de alguna de las tres maneras de reaccionar ante los acontecimientos:
• Reacciones intrapunitivas: nos sentimos culpables exclusivos de todo lo ocurrido.
• Reacciones extrapunitivas: culpabilizamos de todo, inclusive de nuestros males, a los demás, como forma de desresponsabilizarnos ante lo sucedido.
• Reacciones impunitivas: pensamos que nadie tiene la culpa de nada, que son las circunstancias sin más. Esta forma de razonar puede tener de bueno el conseguir descargar el agobio y no hacer más penosa la situación, pero como contrapartida, y habrá que estar alerta, se puede caer en la simplificación y la irresponsabilidad.
Culpa sí, pero no castigo
Cuanta mayor concordancia exista entre nuestro pensar y actuar, y cuanto más lejos se mantenga nuestro razonamiento de absolutos, rigideces y perfeccionismos, menos veces se nos generará el sentimiento de culpa. Pero sin duda, cuando somos incoherentes, el sentimiento de culpa aparece. En ese momento, en la medida en que aparquemos la descalificación y el castigo, nos liberaremos de la paralización y mantendremos la suficiente fluidez interna que nos llevará a abordar nuestras faltas de coherencia como problemas a resolver y no como losas autodestructivas.
Ahora bien, incluso practicando lo anterior no estamos exentos de que se nos encienda esa señal de la culpa con capacidad de ser dolosa. El problema no radica en sentirla, sino en cómo afrontamos su presencia.
Cuando se presenta la culpa, el reto es convertir ese sentimiento en:
• Una señal, que sirve para cuestionarnos cómo hacemos lo que estamos haciendo. A veces es bueno que nos encontremos en entredicho: las revisiones personales posibilitan nuestro enriquecimiento.
• Un momento de reflexión y análisis de por qué nos surge, sin entrar a desvalorizarnos ni a hundirnos en el desasosiego y el sufrimiento.
• Un diálogo interior que nos lleve a designar y concretar cuál es la conducta por la que sentimos la culpa.
• La búsqueda de soluciones, o en su defecto alternativas a cómo reparar el daño causado.
• La petición de perdón a las personas afectadas por nuestra conducta.
Si el sentimiento de culpa nos afecta de tal forma que nos conduce a una situación emocional que nos impide un análisis claro, conviene acudir a un profesional para que pueda ayudarnos a encontrar las soluciones adecuadas.
Sacar lo positivo de la culpa
Si ante la culpa no ejercemos nuestra responsabilidad y nos sumimos en la paralización del miedo, caeremos en la descalificación personal (somos malos, egoístas....) y en el autocastigo (agresividad que provoca sufrimiento). Pero también podemos ver en su manifestación una función saludable, pues nos hace conscientes del conflicto y, a partir de ahí, seremos capaces de analizar las soluciones y dar los pasos oportunos que restablezcan nuestro vivir coherente.
Podremos descubrir que la trasgresión de la norma que provoca la culpa se produce porque:
• Nos guiamos por un sistema de pensamiento polarizado, rígido, negativo, sobredimensionado o perfeccionista.
• Existen unas circunstancias especiales, en la que hay que tener en cuenta nuestras necesidades del momento,
• Pretendiéndolo o no, nuestra actuación no se adecua a nuestros valores.
Si se trata de los dos primeros casos, comprobamos que el código no es inamovible y por tanto podemos flexibilizar, contextualizar y dar más precisión y puntualización a la norma transgredida. No se trata de destruir la norma, sino de enriquecerla despojándola de su rigidez. Si la culpa se presenta por haber sido incoherentes con nuestro sistema de valores, habremos de responsabilizarnos de las consecuencias, hacernos cargo de lo que éstas supongan y pedir perdón a quien haya resultado dañado por nuestro comportamiento.
Sentimientos de culpa
Ante el fracaso, conviene preguntarnos el "porqué" en lugar del "quién"
Cuando sucede algo negativo, tendemos a buscar culpables. Hasta tal punto se da esa tendencia que se pueden clasificar los tipos de personalidad según se reacciona ante las frustraciones: quienes sistemáticamente se autoinculpan de lo que sucede, quienes piensan que la culpa siempre la tienen los demás y, por último, quienes no echan la culpa a nadie, bien porque no entran a juzgar o porque no le otorgan excesiva importancia a los contratiempos que la vida nos depara.
Las reacciones de autoinculpación provocan en el individuo un estado de ansiedad cuyo origen podemos encontrarlo en sistemas de educación rígidos. La familia, la escuela o el medio social han estado tradicionalmente cargados de leyes y normas de conducta regidas por el miedo al castigo. Así, hemos ido interiorizando paulatinamente este catálogo represivo hasta que terminan constituyendo parte de nuestra personalidad. Es como un juez o policía que llevamos dentro y que actúa imponiéndose a la espontaneidad de la acción y del pensamiento. Las personas con este sentimiento de culpa se llenan de obligaciones aunque éstas no les correspondan. Son extremadamente escrupulosos y exigentes a la hora de enjuiciarse y viven pendientes de que el castigo o la sanción pueda caer sobre ellos.
Por otro lado, las reacciones que sistemáticamente inculpan a otros de todo lo negativo que sucede se deben a que el individuo no soporta la carga de la propia responsabilidad cuando surgen las frustraciones, y dirige a los demás la sensación de culpa. Es una forma de liberación que los demás perciben como una conducta agresiva, pero que revela la incapacidad del individuo para criticarse de forma objetiva y serena. El origen de estas conductas está en estilos de educación permisivos en los que la persona no ha experimentado los límites de su conducta ni las consecuencias de sus errores. Sucede frecuentemente en familias en los que la autoridad de padres y adultos y el respeto a unas ciertas normas de convivencia han sido mal o insuficientemente trabajados con los niños y adolescentes. La educación en libertad y responsabilidad es nuestra asignatura pendiente.
Y la actitud de reaccionar ante las malas noticias no echando la culpa a nadie se asocia a dos tipos de perfil: quienes mantienen actitudes frívolas y no le dan importancia a nada y, por otra parte, quienes mostrándose responsables y conscientes, optan por no teñir las relaciones interpersonales de sentimientos de culpa para evitar la negatividad que ello acarrea.
Perjudica las relaciones
Quien por sistema adjudica las culpas a los demás resulta tan cargante que no tarda tiempo en verse aislado y evitado por todo el mundo, salvo cuando ostenta poder sobre su entorno y es, por ello, temido, lo que en absoluto favorece las relaciones sociales de esa persona poderosa. Estos individuos se tienen por tan perfectos que resulta desagradable permanecer junto a ellas. Pero esta actitud, tan visible cuando es protagonizada por otras personas, puede pasarnos desapercibida si somos nosotros quienes la adoptamos. Por eso resulta útil reflexionar sobre nuestra capacidad de autocrítica, y someternos a la crítica ajena con espíritu de mejora. Defendernos por sistema es poco provechoso para nuestro progreso personal y nos distancia de los demás. En el otro extremo, quienes se autoinculpan de los fracasos, ya propios ya ajenos, sufren en las relaciones sociales porque perciben a los demás como superiores o como irresponsables. Y pueden terminar haciéndose demasiado exigentes con los demás, al ser percibido el entorno como moralmente menos escrupuloso que uno mismo. Para terminar, excluir los sentimientos de culpa es casi siempre positivo. Cuando se produce un conflicto deviene improductivo buscar culpables. Si se echa la culpa al otro pueden acentuarse sus sentimientos de culpa, especialmente si es débil, con lo cual contribuimos a destruirlo. Y pueden asimismo darse respuestas simétricas, por lo que nos veremos en un "más de lo mismo" o en "el cuento de nunca acabar" con lo cual llegar a la solución al conflicto será muy difícil. Siempre es más útil plantearse qué parte de responsabilidad corresponde a cada uno en la búsqueda de soluciones (y no sólo en el origen del problema), y actuar posteriormente en consecuencia
Liberarnos de los sentimientos de culpa
Muchas de las frustraciones que originan los sentimientos de culpa se producen porque se tiene una idea de nuestra capacidad o de la de los demás, que, por excesivamente optimista, no se atiene a lo real. Por tanto, la primera estrategia para combatir el sentimiento de culpa es cultivar el sentido de la realidad, lo que supone aceptar, aunque resulte doloroso, qué y quién es cada uno. Para ello, es necesario trabajar la autocrítica mediante la reflexión y tomando en consideración las observaciones que nos hacen las personas que nos manifiestan más afecto y confianza. Determinaremos así las causas de las situaciones conflictivas para aprender de los fracasos y no volver a cometer esos o similares errores. El objetivo es doble: el esclarecimiento de la situación y la desactivación del proceso de adjudicación de culpas. Lo inteligente y provechoso es identificar los errores, reconocer la causa, asumir la responsabilidad cuando nos compete y, ya después, tomar medidas para rectificarlos y para no volver a caer en la misma piedra. Limitarnos a sentir culpa es como encadenarnos de por vida por lo que ocurrió en el pasado, lo que conduce a un estado de ansiedad que puede derivar en depresiones. Sentir culpa sólo resultará útil cuando esta sensación pueda convertirse en acción. Cuando se aceptan los errores sin sentir un fracaso definitivo y paralizante, el error puede percibirse como una oportunidad de aprendizaje, como una fuente de información de qué cosas van bien y cuáles no. Se trata de un proceso de autoaceptación y mejora que genera autoestima, de aprender a querernos a partir de un diagnóstico certero sobre nuestras acciones menos logradas y nuestras posibilidades de intervenir sobre ellas. Respecto a la culpa que podemos sentir por los errores ajenos, conviene plantearse si uno es responsable (o en qué medida lo es) de las vidas de los demás. Cada uno tiene su propio periplo vital y debe asumir su responsabilidad sobre lo que en ese viaje acontece. Estos sentimientos de culpa por los demás parten del convencimiento íntimo de que ellos dependen de nosotros. Es como si a partir de esa vinculación se hubiera establecido una dominación. Permitir a la otra persona vivir su vida nos permite a cada uno vivir la nuestra del mismo modo, con libertad y responsabilidad. Quienes viven a nuestro alrededor van a desarrollarse incluso a pesar de nosotros, sin una ayuda, la nuestra, que pueden percibir como agobiante. Es un alivio comprobar que uno no tiene toda la responsabilidad en lo que a otros les suceda, pero hay que saber asumir esa soledad que podemos sentir cuando aceptamos que los demás vivan sin depender de nuestros juicios y opiniones.
Para evitar el sentimiento de culpa, conviene...
• Identificar los sentimientos de culpa. Analizar en qué situaciones sobrevienen.
• Aceptarlos como normales y pensar que son comprensibles. Al reconocer y aceptar estos sentimientos de culpa, resulta más fácil expresarlos y combatirlos
• Expresar los sentimientos de culpa. Hablar con otras personas (si es necesario, con profesionales) del tema puede ayudar a aliviar este pernicioso sentimiento.
• Analizar sus causas. Buscar las razones de estos sentimientos puede contribuir a hacerlos más comprensibles y aceptables.
• Reconocer nuestros propios límites.
• Aprender a dejar vivir a los demás.
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